En 1672, el médico Regnier De Graaf observó con el microscopio ovarios de conejos y ratones y halló que cerca de la periferia contenían un glóbulo amarillento constituido por muchas células unidas. Él dedujo que este glóbulo producía hormonas, pero lo identificó erróneamente como el óvulo que sería luego fecundado. Recién a finales del siglo XIX se descubrió que el folículo se rompe y deja escapar el óvulo maduro de su interior, el cual ingresará luego en la trompa de Falopio. Estas pequeñas estructuras que se forman periódicamente, cuando el óvulo está maduro, reciben el nombre de folículo de De Graaf.